Por los buenos tiempos, por esas canciones que de tan inolvidables se nos han hecho nuestras (¿quién no conoce siquiera una?). Por el abrazo que le di en un boliche y el gancia que me volcó encima. Porque una persona que está enferma merece ayuda y no condenación. Por el pelado imbécil que esta mañana me dijo "a ese hijoputa habria que matarlo ya, por hijoputadrogadintomaricón ¿Cómo van a usar el avión presidencial pa' traerlo al hospital? ¡Con la cantidá de gente que hay pasando hambre!" Eso dijo. Sin comentarios. (Mis comentarios al respecto se los hice tragar por cada roñoso oído de su vacía cabecita argentina).
Dear Charly, carne de cañón para las masas ávidas de estupefaciente sensacionalismo, nunca tan masas ni tan ávidas como en estos tiempos de vaciamiento que nos corren de atrás, con el palito de abollar ideologías (gracias Quino). Aunque cada vez queda menos para abollar.
Qué fácil -qué penoso- es tener un chivo expiatorio tan a mano. Qué difícil mirarnos al espejo y contestarnos sinceramente una sola pregunta: ¿somos acaso mejores que el prójimo cuando el otro está en la lona?.
Ahora es la hora del verdadero aguante. Aguante, Charly.
Aunque a mí tampoco me gustaron tus últimas canciones. Aunque no comparta tu sentimiento autodestructivo. Aunque nadie parezca acordarse de que en esa cama de la sala presidencial del hospital hay, justamente, un ser humano.
¿Alguno de nosotros en esta sala se acuerda de lo que era ser humano?.
Aguante, Charly.