jueves, 31 de diciembre de 2009

Sí, es 31 de diciembre.


Al final, se termina el año, como todo lo que tiene medida. Límites que, por otra parte, nosotros mismos nos autoimponemos. Pero para estas fechas, uno se sensibiliza un toque ¿viste? y plantea cuestiones a mejorar para el año entrante y planea renovar su vida afectiva, laboral y tó eso. Ya en marzo nos damos cuenta (ponemos piedritas en el sendero) de que en un solo año no vamos a alcanzar a desestructurar viejos lavados de cabeza, que el dinero no es suficiente para tunear el Gordini, que la mujer que amamos va a seguir con el tipo que tiene ahora (la muy perra) y entonces, nos tiramos a chantas y que el mundo se tinellice a su gusto. A todos nos pasa, vamos. Pero cada fin de año, mandamos postales, mensajitos y correos varios, con guirnaldas de colores y grandes augurios...que no tenemos intenciones de cumplir.

Ah, claro. La edá me empieza a jugar en contra y ya no me banco mucho todo el ruido que meten los vecinos, el tráfico dominguero toda la semana y las corridas bancarias en el microcentro. Debe ser por eso que me agarra la melanco (o estas ganas de mandarlos a todos a la merde). Por eso mi saludo findeañero es simple: un abrazo gigante de oso pólar y nada de deseos: realidades.

Esta noche voy a brindar con mi copa en alto porque estamos vivos y -muy importante- todavía no entregamos la cabeza. No te olvides de TU cabeza. Mantené tus ideas en alto.

Amén.